miércoles, febrero 24, 2010

“Sum Fortis” (ser fuertes)



(Una historial "real", basada en hechos "reales")

Yo, una esclava, una ilota, quizá la pieza menos importante de esta ciudad, fui elegida para ser escudera, para compartir penas, alegrías, fracasos y victorias con la élite del ejército de Esparta: los 300 Iguales de Leónidas.

Y a pesar de llamarse Iguales, eran todos distintos. Algunos soldados eran jóvenes, aunque bien entrenados, y después estaban los guerreros más experimentados, con almas forjadas en mil batallas. Los había más metódicos, y menos ordenados, más dados a la risa y de semblante serio, pero compartían un sentimiento único de resistencia, de lucha, de supervivencia.

El enemigo persa avanzaba sin descanso hacia nuestras soleadas tierras, al mismo tiempo que dirigíamos nuestros pasos a las Termópilas, el lugar que habíamos elegido para combatir, vivir o morir por Esparta. Algunos de nosotros no volveríamos. Otros volverían, pero siendo distintos. Unos pocos puede que tuvieran la posibilidad de escapar y continuar siendo soldados en países lejanos. Todo estaba por decidir.

Como escudera, mi labor consistía en servir a los Iguales, pero al contrario de lo que pudiera esperarse, su trato conmigo no fue excluyente. Al cabo de no mucho tiempo era una más en la compañía. “Aprende todo lo que puedas aquí”, me dijeron al llegar, “Y tu viaje no habrá sido en vano”.

Y puedo afirmar, sonriente, que así lo hice. De hecho, aprendí algo de cada uno de ellos, ya fuera porque ellos me lo explicaban o porque yo les observaba. Aprendí que las apariencias engañan. Que debo ser valiente cuando llegue el momento. Que la risa no está reñida con el buen desempeño de las labores. Que cuando me ordenen afilar un xifos, debo aprovechar para aprender a utilizarlo también.

Una noche mientras descansábamos al amparo de las estrellas tintineantes y los ojos de los dioses, una de las pocas mujeres espartanas que habían marchado con nosotros se acercó a mí. Me dijo que aunque el tiempo se me agotaba (pues se había decidido que ningún escudero quedara con los 300 cuando entraran en combate) debía sentirme orgullosa de haber podido aprender de los Iguales.

- Porque – me dijo – ésta es una tropa especial, formada por guerreros muy antiguos. Algunos de ellos incluso ya no recuerda cuando empuñaron por primera vez una lanza, o cuál fue la primera ocasión en que durmieron al raso, con su capa escarlata como único abrigo contra el frío invernal. No todos los escuderos tienen la oportunidad de formarse con un ejército tan experimentado. – Y señalando al oscuro firmamento, añadió – Aprovecha la ocasión, pues son únicos, como las estrellas del cielo.

Confío en haber cumplido esa promesa. Pienso en ello mientras vuelvo sobre mis pasos, de regreso a casa, levantando la vista hacia las luces de la noche, acompañada de la otra escudera, que comparte mi camino. Me llevo conocimientos y un puñado de buenos recuerdos, y atrás quedan los Iguales de Esparta, esperando con los escudos levantados al enemigo que se cierne como una sombra sobre Grecia.

Pero no temo por ellos, ni por mí. Porque son fuertes. Somos fuertes.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿cuándo volverás a escribir?