martes, marzo 24, 2009

Relevo generacional




Banda Sonora (opcional): Luis Ramiro - K.O. Boy Escuchar


Parece extraño, pero este post está inspirado por una clase que recibí hace dos semanas sobre Política de Inversión, en una maravillosa asignatura llamada "Gestión de Carteras". ¿Les suena árido, aburrido, complejo? No se preocupen, no están enfermos. Es así.

No obstante, llegados a cierto punto de la clase, nuestro profesor tuvo a bien mostrarnos la pirámide generacional que el INE espera de aquí al año 2050.
Deléitense:

(Instrucciones: Dadle al play, luego dos o tres veces al botón de avanzar para pasar las primeras diapositivas y a partir de entonces avanza solo)



Esto es, los españolistos tenemos tan pocos hijos que dentro de unos años muy pocos trabajadores mantendrán a muchísimos abuelillos. Y por cierto, nótese que la mayoría de las mujeres sobreviven a sus maridos. Ya lo siento.

Pero lo que me vino a la mente en ese momento piramidal no fueron sesudas reflexiones sobre demografía española, sin no que las personas, a lo largo de las muchas etapas de nuestra vida, pasamos por ese "relevo generacional".

Cuando somos pequeñines la elección de nuestros amigos se basa en un par de cosas fundamentales: con quién te lleva tu madre a jugar al parque y con quién nos sientan en el cole (casi siempre por orden de lista). En cuanto tenemos un poco de uso de razón, se produce el primer relevo generacional, en el que del grupo primigenio escogemos a aquellos amigos que tienen en común con nosotros algo más que la ingestión de plastilina, y a esos se añaden otros desconocidos con los que entablamos amistad.

En la época adolescente se dan dos situaciones: Una, que el relevo se produzca de manera brutal, con una sustitución absoluta que sintoniza con el cambio hormonal sufrido, y que hace que pasemos de un grupo a otro (muchas veces dependiendo de el/la novio/a de turno) hasta que encontramos aquél en el que más a gusto nos encontramos. La otra situación, completamente opuesta, se produce cuando el grupo primigenio afronta y comparte los diferentes cambios que sufrimos en nuestra forma de vestir, sentir, pensar. Esto refuerza los vínculos y generalmente los convierte en eternos.

Al llegar a cierta edad, generalmente la universitaria y post universitaria, es posible que el relevo se produzca con bastante frecuencia. En la mayoría de los casos esta frecuencia es directamente proporcional al número de veces que cambies de pareja. Te hechas una novia, conoces a sus amigos, quedas con ellos de vez en cuando, entablas una relación de cuasi amistad (ya sabéis que opino que los amigos de tu novio/a no son tus amigos) y de repente, la relación se termina y te quedas compuesto, sin novia y sin colegas. Pero no sufras hombre: ya llegará la siguiente novia con los siguientes amigos para hacer el consiguiente relevo generacional.

Y aquí me detengo, en este punto en el que me dio por reflexionar: ¿qué pasa si no queremos que se produzca ese relevo? ¿Qué pasa si, simplemente, nos negamos a sustituir a los miembros de la "antigua vida" por unos nuevos?

Porque estos cambios, al final, acaban siendo pesados, dolorosos y difíciles. La necesidad de seguir adelante con nuestra vida, el deseo de supervivencia, nos obliga a olvidar ciertos momentos y a ciertas personas, lo que deja lagunas y hasta veta ciertos rincones de la mente, donde fijamos un cartel que reza: "Prohibido entrar, peligro de llanto inminente".

Es lógico que estas situaciones se produzcan. Al fin y al cabo lo suyo es que intentemos sufrir lo menos posible. Sin embargo, cuando las circunstancias se repiten una y otra vez, empiezas a sentirte un poco engañado. Vamos, que lo del relevo generacional es un timo. Y además un timo un poco cruel, que en ocasiones se repite con más asiduidad de lo que quisiéramos todos.

Por eso a veces te plantas y dices "Se acabó, aquí me quedo. Paso de sustituir nada. Esto es más frustrante que limpiar los baños de una discoteca: te matas para que quede perfecto y reluciente pero sabes que cinco minutos después todo volverá a estar lleno de meados. Prefiero lo malo conocido, aunque sea un poquito doloroso al pesadísimo proceso de volver a reordenar mi vida amorosa y social".

Si todo dependiera de ti... Pero ay, la vida es dura, y este tablero se comparte con muchos otros jugadores que puede que hayan decidido seguir la partida sin ti.

El relevo generacional tan inevitable como el paso del tiempo, y está unido a él con un lazo tan fuerte que ni siquiera la actitud más testaruda puede romper.

Por suerte, a veces ese relevo nos trae cosas maravillosas. Mientras tanto, habrá que aguantar el temporal. Para eso somos unos supervivientes.

jueves, marzo 05, 2009

Historia "Almodovariana"



Banda sonora (opcional y optimista): Pete and the pirates - Knots Escuchar

Así la definió Samantha, su protagonista. Aunque yo preferiría llamarla "Defender la alegría", pero al fin y al cabo, como la historia es suya, tiene derecho a elegir el título de la misma.

Era un mediodía de un lunes-martes-miércoles-jueves. La verdad, el día es irrelevante, y cuando trabajas, salvo el viernes, todos parecen el mismo. Hallábase Samantha esperando el autobús para ir a buscar a su madre y acompañarla al aeropuerto. Aparece por fin en el horizonte el susodicho, Samantha se sube, se acomoda en el asiento y se deja llevar entre el mar de corbatas y tacones en coches deportivos ridículamente pequeños o todoterrenos ridículamente grandes.

En esto, el autobús se detiene en una parada donde nadie espera, nadie baja y nadie sube. El autobús avanza medio metro para situarse junto al semáforo en rojo, preparado para salir disparado en cuanto cambie el disco. Entonces aparece en escena una señora mayor, que tímidamente da un golpecito en el cristal de la puerta. El conductor no se inmuta. La viejecita vuelve a intentarlo. El conductor en sus trece, ni pestañea (modo estatua: ON). La mujer se da por vencida y vuelve a la parada, donde se sienta a esperar.

Samantha, que ha presenciado la escena, y que lleva puestas sus gafas de "La vie en rose", toda optimismo y amabilidad, piensa:

"Eso es que el conductor no la ha visto...". Y ni corta ni perezosa, abandona su cómodo asiento y llega hasta el conductor.

- Disculpe - dice ella - Creo que no ha visto que había una señora en la puerta.

- Sí la he visto - responde tajante el conductor - ¿Y?

- Pues hombre - contesta Samantha sorprendida - Que podría haberle abierto la puerta.

- Es que si no estoy en al parada no tengo por qué abrir - dice con el desprecio del típico malvado de opereta cutre.

Samantha gira la cabeza. La mitad del autobús aún está en la parada. Así se lo comenta a su amargado interlocutor.

- Es que si ya he abierto las puertas una vez, no tengo por qué volver a abrirlas - y en esto levanta más la voz, resultando ya grosero - ¡Además, que a mí nadie me hace favores en el trabajo y yo no tengo por qué hacerlos!

Y con esto, zanjado queda el tema. Vuelve Samantha a su asiento perpleja, y en el autobús ya se oyen murmullos de otros viajeros que (ya sean cotillas o comprometidos), han sido testigos de toda la historia.

Cuando llega su momento, Samantha presiona el botón de parada y se apresura a situarse junto a la puerta (no vaya a enfadarse el Sr. Conductor). Fue en ese momento cuando el murmullo de protestas y del "hay qué ver, qué gente" se hizo perfectamente audible, e incluso un par de testigos ofrecieron a Samantha su apoyo y su número de teléfono para que presentara una queja en nombre de todos a nuestra amada EMT.

Baja mi amiga, recoge a su madre y ambas suben a un taxi. "Al aeropuerto, por favor", y comienza a contarle a su madre la increíble historia vivida en el autobús. En esto el taxista, que no es sordo, le pregunta:

- Disculpe que la moleste. ¿Está hablando usted de un "compañero"? (con "compañero" se refiere a otro taxista, por si no estáis familiarizados con la jerga)

- No, es un conductor de autobús. ¡Pero hay que ver, qué poca vergüenza!

- ¡Tienes usted mucha razón señorita! - responde el taxista - Si es que no se puede ir así por la vida. Mire, coja una hoja del montón que tengo ahí detrás, y llévesela para repartírsela a todo el mundo, como estoy haciendo yo.

Samantha coge una hoja del montón de copias, y encuentra escrito lo siguiente:

"LA SONRISA"

Una sonrisa no cuesta nada y significa mucho.

Enriquece a los que la reciben sin empobrecer a los que la dan.
Dura un instante, pero su recuerdo es eterno.

Nadie es tan rico como para poder vivir sin ella,
ni tan pobre como para no poder regalarla.

Gracias a ella se crea un clima amable y hogareño.
Es el signo sensible de la amistad.

Una sonrisa relaja al que está nervioso
y da coraje al descorazonado.

En resumen, ¡SONRIE!"

Normal que nuestra amiga volviera por la tarde a la oficina como si se hubiera colado en una película surrealista, o una de Almodóvar, como ella misma señaló, impresionada de cómo somos los seres humanos, unos tanto y otros tan poco.

Después de escucharla me pareció tan curiosa que solicité su permiso para colgarla en el blog. Y mientras me pasaba el poema de la sonrisa, le dije:

- Esta historia refuerza mi teoría.

- ¿Qué teoría?

- Que cuando la gente no folla, se les acaba notando.

(Y cuando es alegre y feliz, también)