viernes, julio 27, 2007

Efecto dominó

1. m. Resultado de una acción que produce una serie de consecuencias en cadena. (DRAE)

Ya sé que esto que voy a decir no es ningún secreto, y que más de uno podrá corroborarlo: a mí me gusta discutir.

Con mi pareja, quiero decir. Las peleas, las discusiones, me resultan estimulantes. Quizá por la tensión incial, la oportunidad de ganar puntos en golpes de ironía (mi arma favorita), y por supuesto la reconciliación de después.

Sin embargo, me he dado cuenta con el tiempo, de que las peleas tienen efectos secundarios, consecuencias que pasan inadvertidas en el momento del cabreo máximo, pero con las que tienes que vivir de por vida.

Ojalá las relaciones fueran como los sacos de boxeo, donde puedes golpear hasta cansarte y el saco permanece intacto, incólume, como si sólo el paso del tiempo pudiera perjudicarlo. Pero tras unos años de pensar en estas cosas, me he dado cuenta de que una relación es como un traje de noche.

Es uno de esos vestidos vaporosos largos, de princesa, que te pasas horas mirando en la percha cuando ya lo has comprado, imaginándo cómo te quedaría puesto al bajar por las escaleras de mármol de un castillo.

Cada pelea, cada desplante, cada insulto, cada mal gesto, cada discusión, es una pequeña mancha de las que no se quitan, una quemadura minúscula que te han hecho en una fiesta, un roto de cuando te lo pisaron bailando. Son detalles pequeños y sin importancia, y la mayor parte de las veces tienen arreglo: se solucionan con un zurcido o llevándolos al tinte.

Pero el vestido ya no estará nuevo. Ya no será perfecto. Y con cada nuevo rasguño pasa de ser un vestido de noche a un trapo viejo que no vuelves a usar.

Por eso aconsejo pensárselo dos veces antes de empezar a destrozar ese precioso vestido, para evitar acabar llorando frente al cubo de la basura, agarrados a ese trapo viejo al que tanto queremos preguntándonos qué fue lo que pasó.

Ahora sabéis la respuesta, podéis evitarlo. Parad el efecto dominó.

¡Suerte!

martes, julio 03, 2007

El botón rojo

Qué curiosos somos los seres humanos... Tan distintos todos y a la vez tan parecidos. Así ocurre que compartimos muchas experiencias y sucesos de nuestra vida con otros como nosotros.

Como el botón rojo. Todo el mundo, por diferente que sea, tiene un botón rojo. Explicaré la situación: Coloca a una persona delante de una inmenso teclado con millones de botones de distintos tamaños, colores y funciones. Dile que puede trastear todo lo que quiera, que puede presionarlos todos las veces que le de la gana, EXCEPTO (y aquí es donde quería llegar) el botón rojo. Grande, reluciente, algo apartado del resto. Uno se imagina su sonido, lo que sentirá al apretarlo, las consecuencias que traerá... Y entonces ya no imoprtan los demás botones. Lo único que queremos hacer es pulsar el dichoso botón rojo.

Maldita sea, que estúpidos somos. ¿Para qué? me pregunto. ¿Por qué? Sencillo: nos han dicho que no lo hiciésemos.

Todos nos hemos cruzado alguna vez en nuestra vida con un "botón rojo". A algunos afortunados sólo les ha ocurrido en una ocasión, pero no creáis que los casos recurrentes nos sentimos más sabios al respecto: estamos avocados a cagarla aunque creamos que hemos aprendido la lección.

Cuando nos encontramos con nuesro "botón rojo", estamos al frente de un encrucijada. Toca decidir: podemos hacer lo correcto y obviar su existencia, o podemos arriesgarnos a pulsarlo, rezando para que el placer de hacerlo supere con creces las consecuencias si es que estas son tan terribles como parecían.

Por desgracia, ni mi basta experiencia en meter la pata no me sirve para daros consejos sobre qué camino elegir. Pero sí os puedo decir una cosa: Sed valientes, y afrontad las consecuencias de lo que suceda, recordando siempre que el camino no se encuentra ni a vuestra izquierda ni a vuestra derecha, sino a vuestros pies.