domingo, junio 10, 2007

Enamorada del amor

Esa soy yo. Así me describió mi amiga Irene, y creo que tenía razón. Yo estoy enamorada del amor.

Lamentablemente el "amor" al que yo me refiero dura sólo tres meses. El resto del tiempo, ese trabajo lo hace otra persona. Por eso, sólo si una relación supera los tres meses de hormonas alborotadas puede ser digna de llamarse "relación". Ojo, que no lo digo yo. Lo dicen las hormonas...

Me refiero cuando digo "amor" a las mariposas del estómago. A no sentir las piernas cuando el otro te mira. A sonreír sin darte cuenta cuando vuelves a casa, o cuando recuerdas lo que sea que te contara.

Una relación al principio (si es buena), es como el día de reyes. Vas corriendo al salón, nervioso y emocionado, y echas tu primer vistazo. Te delitas en el exterior con el papel de regalo brillante, el lazo de color chillón, el tamaño, la forma... Después te pones a abrirlo con cuidado. Te tomas tu tiempo para hacerlo más emocionante (y para no meter la pata). Todo cuanto ves es nuevo, especial, único. Y poco a poco descubres los detalles, los secretos, los trucos para hacer las cosas más fáciles. Durante los días siguientes no paras de hablar del regalo. Se lo enseñas a tus amigos, te lo llevas al cole, al parque, de vacaciones. Sois inseparables.

La emoción que se siente ante algo nuevo es tal que abarca todo lo que somos. Así es el amor que yo amo.

Y sólo una persona que se haya sentido alguna vez así, puede contestar a estas preguntas:

¿Cuántas veces se puede pasar a limpio una carta?
¿Cuántas veces se puede mirar el correo el electrónico en un mismo día?
¿Cuántas veces se puede descolgar el teléfono para comprobar que, efectivamente, hay línea?
¿Cuantas veces se puede dar un bote cuando el móvil suena antes de morir de un infarto?
¿Cuántas veces puede cambiarse un ser humano de ropa antes de salir de casa? ¿Y cuántas arrepentirse de lo que se puso al final?

Muchísimas. Y no cambio ninguna de ellas.

Así es el amor. Así es mi chico ;)

viernes, junio 08, 2007

El Único.

Cuando leí eso de "Si lloras porque no puedes ver el sol, las lágrimas no te dejarán ver las estrellas", noté a la legua, que el autor, no había estado en la Universidad.

Porque cuando levanto los libros de mi mesa, harta, con el único propósito de tirarlos por la ventana, ¿qué veo? Pues más libros... Y no me gusta nada.

Siempre he pensado que los exámenes de Junio son peores que los de Febrero, porque a la falta de sueño, el agobio y el estrés, tienes que sumarle que hace un sol espléndido que se cuela por las ventanas burlonamente, como diciendo: "Tú no puedes ir a la piscina, pringada".

Sin embargo, los profesores han creado una máquina aún más mortífera: los trabajos. Los trabajos con como perder la virginidad. Pero todo el rato, ¿eh? Al principio, y a no ser que el profesor sea muy claro (cosa que no suele ocurrir), no tienes ni pajotera idea de lo que tienes que hacer. Y en muchas asignaturas, sabes que toda tu calificación final, todo lo que piensen de tí, el resultado de todo tu esfuerzo depende única y exclusivamente de ese trabajo. Si la fastidias estás muerto. Con la unversidad siempre te queda Septiembre. En la cama, no sé yo...

Antes de hacer un trabajo, es importante conocer bien al profesor que te va a poner la nota: cuales son sus gustos, qué temas le interesan más, etc. Algunos te hacen trabajar como un bellaco, muchas veces exigiendo de 10 cuando ellos llevan todo el cuatrimestre explicando como para un 5 pelado.

El martes pasado tuve que entregar un trabajo de investigación de mercados. Me había costado mucho hacerlo, y tuve que trabajar con millones de datos que hicieron que mi cerebro se derritiera lentamente (no, el verano madrileño no ayudó). Cuando di el trabajo por finalizado, lo guarde en mi pen drive. A estas alturas, no tengo ni que explicar qué es eso: vivimos en el universo de los pen- drive. Todo el mundo tiene uno, y todo el mundo comete el error de guardar su información en esa cosita diminuta sin preocuparse de hacer una copia en ningún otro sitio más estable.

El caso es que tuve que ir a imprimirlo a otro sitio (mi impresora para variar, no tenía tinta), y ya de paso a encuadernarlo. No os imagináis que infierno pasé. ¿Pero vosotros sabéis lo que es mirar CADA CINCO MINUTOS en la mochila para comprobar que el pen seguía ahí? ¿Y los cuasi- infartos que se sufren cuando no lo encuentras a la primera? Seguro que sí. Mira que es pequeño el maldito, ¿eh?

Así que al final, decidí llevarlo en la mano, bien apretadito para que no se perdiera. Y entonces, sentada en el autobus mirándolo, me dio por recordar cómo nos reíamos de Sauron en las reuniones de la Sociedad Tolkien. "Hay que ser imbécil" decíamos a carcajadas "para guardar todo tu poder en una cosa más pequeña que un armario, que a la mínima se te pierde".

Pues sí, así de imbécil me sentía yo, mirando esa cosita diminuta que contenía todos los trabajos que podían asegurar mi aprobado.

Un pen para guardarlos a todos.
Un pen para encontrarlos.
Un pen para poder imprimirlos y entregarlos en la tierra de la Complutense, donde se extienden los suspensos.

Ay de mí...